La serpiente de Génesis 3 y la caída de Satanás


En los primeros capítulos de Génesis encontramos la historia de Adán, Eva y una serpiente. Sin embargo, esta serpiente no era común, pues tenía la capacidad de hablar. Por ello, la identidad de esta misteriosa criatura ha sido tema de investigaciones y debates a lo largo de los siglos. ¿Quién era realmente la serpiente? La Biblia dice: 

“Pero la serpiente era astuta, más que todos los animales del campo que Jehová Dios había hecho; la cual dijo a la mujer: ¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto?” (Génesis 3:1)

Los cristianos enseñan que la serpiente solamente habría sido usada por Satanás, el verdadero personaje detrás de todo. Los judíos, en tanto, nunca han asociado la figura de Satanás con la serpiente. Para ellos, la serpiente era solo un animal especial, diferente del resto y que tenía capacidad de hablar. Sin embargo, el texto hebreo sugiere que esta misteriosa criatura podría haber sido algo más que un simple animal. 

La palabra “serpiente” se traduce del hebreo נחש, que se pronuncia “nachash”. Pero si examinamos esta palabra en hebreo podemos encontrar tres ideas diferentes circunscritas en ella. Dado que el hebreo antiguo se escribía solo con consonantes, el significado de esta palabra puede variar dependiendo de las vocales con que se pronuncia. Si la palabra נחש fuese un verbo, se forma la raíz de la palabra נַֽחַשׁ, que significa “adivinación” o “engaño”, como los agoreros por ejemplo (Levíticos 19:26), lo que implicaría que la serpiente tenía cierto conocimiento divino. 

Pero también podría formar un adjetivo raíz que forma el sustantivo נְחֹשֶׁת (“nechosheth”) que significa “el brillante”. Esta misma palabra se usa en la Biblia para describir a los seres divinos. Por ejemplo, en la visión de Daniel, el varón celestial tenía sus “brazos y sus pies de color de bronce [“nechosheth”] bruñido” (Daniel 10:6). También en Ezequiel, los cuatro seres vivientes “centelleaban a manera de bronce [“nechosheth”] muy bruñido” (Ezequiel 1:7). Esto implicaría que la serpiente podría haber tenido un cuerpo que brillaba como los seres divinos (“The Unseem Realm”, Michael Heiser). 

Sin embargo, hay algo particular con la palabra נָחָשׁ (“nachash”), que es el sustantivo corriente para “serpiente”. Y es que en las Escrituras hebreas hay dos maneras de escribir “serpiente”. La primera es “nachash”, tal como se usa en Génesis 3, y la otra es “saraph”, que significa literalmente “lo que arde”. 

En muchas ocasiones podemos ver que las palabras “nachash” y “saraph” se intercambian en el texto hebreo. Uno de estos casos lo encontramos en el libro de Números. La Biblia nos dice que “Jehová envió entre el pueblo serpientes ardientes [nachash saraph], que mordían al pueblo” (Números 21:6). Entonces Moisés intercede por el pueblo de Israel, y Dios responde diciendo: “Hazte una serpiente ardiente [saraph], y ponla sobre una asta; y cualquiera que fuere mordido y mirare a ella, vivirá” (Números 21:8). Podemos notar que la orden de Dios era construir una “serpiente ardiente” [saraph], pero que Moisés construyó “una serpiente [nachash] de bronce” (Números 21:9). ¿Entendió mal Moisés? Al parecer no, pues la serpiente de bronce que construyó tuvo el resultado esperado.


Si bien, el uso intercambiado de estas palabras sugiere un mismo significado, encontramos un extraño uso de la palabra “saraph” en el libro de Isaías. En su visión del trono de Dios, el profeta observó seres que volaban sobre el trono, los cuales llamó “serafines”. La Biblia nos dice: 

“En el año que murió el rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo. Por encima de él había serafines [saraph]; cada uno tenía seis alas; con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies, y con dos volaban.” (Isaías 6:1-2) 

¿Qué aspecto tenían verdaderamente estos “serafines”? La palabra “serafines” es una transliteración de la palabra hebrea “seraphim”, que es el plural de “saraph”. Sabemos que la palabra “saraph” es un sustantivo corriente usado para referirse a “serpientes”. El propio profeta utiliza más tarde esta misma palabra para referirse a una “serpiente voladora” (Isaías 14:29) y a una “serpiente que vuela” (Isaías 30:6). Esto nos da una pista. Si el profeta describe a estos seres con la palabra “saraph”, entonces los “serafines” que volaban sobre el trono de Dios podrían haber tenido aspecto ¡de serpientes! 

Aunque esta idea definitivamente se aleja de la imagen que tenemos de los serafines, existen algunas evidencias arqueológicas que la respaldan. En su libro “Gods, Goddesses and Images of God in Ancient Israel”, los eruditos Othmar Keel y Christoph Uehlinger compilaron una serie de sellos utilizados precisamente en la época del profeta Isaías. Y uno de esos sellos (sello 273) es particularmente interesante, pues tiene representada la escena del trono de Dios y los serafines tal como se describe en Isaías 6.


En el sello se puede observar a Dios retratado simbólicamente como un disco solar con una corona (una representación típica del arte judío-israelí) y rodeado de los serafines, los que están representados como ¡serpientes con alas! El texto del sello 273 indica que pertenecía a un cortesano llamado Ashna, de la corte del rey Acab. Dado que en aquella época la ciudad de Jerusalén era muy pequeña, y el profeta Isaías mantenía relaciones estrechas con la corte del rey entre los que se encontraba Ashna, se cree que Ashna habría obtenido la imagen de los serafines directamente del profeta Isaías. Estas evidencias, por tanto, han permitido a algunos eruditos concluir que los serafines que volaban sobre el trono de Dios eran seres serpentinos. 

Esta idea tan particular es apoyada por antiguos textos del Cercano Oriente. El texto judío del siglo II a.C. llamado “El libro de Enoc” apoya el uso intercambiable de las palabras “serpientes” y “serafines”. En un lugar dice que “Gabriel; otro de los santos ángeles, [está] encargado del paraíso, las serpientes y los querubines” (Enoc 20:7). Pero más adelante se refiere a ellos como “los serafines, querubines y ofanines son lo que no duermen y vigilan del trono de su gloria” (Enoc 71:7). 

En otro antiguo rollo arameo llamado “Las Visiones de Amrán”, descubierto entre los rollos del Mar Muerto, se menciona que el padre de Moisés tuvo una visión en la cual el ángel Miguel contendía con el “príncipe de la oscuridad”, éste último con apariencia terrible como una serpiente, y un rostro como de víbora (4Q Amran, manuscrito B, fragmento 1). En el Antiguo Egipto, los textos escritos en las pirámides también hablan de “serpientes” del inframundo que intentaban frustrar el viaje del faraón a la otra vida (“El mundo perdido de Adán y Eva”, John Walton). 


Si ahora consideramos el uso intercambiable que tenían las palabras “saraph” y “nachash” en la época del Antiguo Testamento, tendríamos que admitir que “nachash” de Génesis 3 podría haber sido realmente un “saraph”. Quizás algunos puedan argumentar que el “nachash” era una “bestia del campo”, pero la Biblia no dice que era un animal; sólo dice que era más astuta “que todos los animales del campo” (Génesis 3:1). Sin embargo, lo que el texto hebreo sugiere es que podría haber sido un saraph como los descritos en Isaías 6. Dado que los serafines pertenecían al consejo divino, Eva habría estado familiarizada con la presencia de serafines en el jardín del Edén, y no habría sospechado de alguna mala intención al conversar con uno de ellos. 

Un antiguo texto judío del siglo I d.C. llamado “El Apocalipsis de Abraham” también apoya esta idea. En el texto se afirma que la criatura que engañó a Eva “tenía forma de serpiente, tenía manos y pies como un hombre, y alas en su espalda, seis a la derecha y seis a la izquierda” (Apocalipsis de Abraham 23:3-5). Esta cantidad de alas en su espalda indicaría que tenía un alto rango. Pero, ¿quién era este serafín? El Nuevo Testamento nos dice claramente que esta serpiente antigua era realmente Satanás: 

“Y fue lanzado fuera el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero; fue arrojado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él.” (Apocalipsis 12:9) 

Muchos estudiosos sostienen que Isaías 14 y Ezequiel 28 describen la caída de Satanás. Estos versículos apoyan la idea de que Satanás originalmente era un querubín, y que su figura podría tener una conexión directa con los relatos de Génesis 3 e Isaías 6. En Ezequiel se nos dice que Satanás era un “querubín grande, protector” (Ezequiel 28:14). La palabra “querubín” probablemente habría circunscrito a la palabra “serafín” (“The Unseem Realm”, Michael Heiser). Las Escrituras también nos dicen que los seres celestiales brillaban “a manera de bronce muy bruñido” (Ezequiel 1:7), y que “sus cuerpos eran como berilo” (Daniel 10:6), mientras que la vestidura de Satanás originalmente era “de toda piedra preciosa”, incluyendo el “berilo” y el “oro”, lo que seguramente lo hacía brillar (Ezequiel 28:13). 

Sabemos que los serafines volaban sobre el trono de Dios (Isaías 6:1-2). En tanto, Satanás deseó el trono de Dios, seguramente el que cuidaba, pues decía: “subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono” (Isaías 14:13). Por otra parte, todos estos pasajes nos dicen que esta criatura podía hablar. Los serafines daban voces en el trono de Dios (Isaías 6:3), Satanás hablaba en su corazón (Isaías 14:13), y la serpiente podía hablar con Eva (Génesis 3:1). Y por último, el lugar del relato de Génesis 3 es el jardín del Edén, mientras que Ezequiel nos dice que Satanás estuvo “en Edén, en el huerto de Dios” (Ezequiel 28:13). 

Pero lo más interesante tiene que ver con los paralelos que encontramos entre la maldición sobre la serpiente y los pasajes que hablan de la caída de Satanás. La Biblia nos dice: 

“Y Jehová Dios dijo a la serpiente: Por cuanto esto hiciste, maldita serás entre todas las bestias y entre todos los animales del campo; sobre tu pecho andarás, y polvo comerás todos los días de tu vida.” (Génesis 3:14) 

En el Antiguo Cercano Oriente, las expresiones “arrastrarse” y “comer polvo” tenían ciertas connotaciones. En el Antiguo Egipto, los textos escritos en las pirámides describen hechizos sobre las serpientes del inframundo para “acostarse, caer, agacharse o arrastrarse” como símbolo de humillación y derrota. Mientras que el inframundo era visto como un lugar de polvo. En las tablillas cuneiformes del “Descenso de Ishtar”, el inframundo es descrito como el lugar donde la comida es polvo (“El mundo perdido de Adán y Eva”, John Walton). Las Escrituras también describen la profundidad del Seol como un lugar de “polvo” (Job 17:16), y a los muertos como “moradores del polvo” (Isaías 26:19). 


También podemos notar palabras muy similares en Isaías 14 y Ezequiel 28. En Ezequiel, se nos dice que Satanás fue “echado del monte de Dios” (llamado por el profeta como el “Edén”), fue “arrojado por tierra”, y fue “puesto en ceniza sobre la tierra” (Ezequiel 28:16-18). Por otra parte, Isaías nos dice que Satanás “cayó del cielo”, y que fue “derribado hasta el Seol, a los lados del abismo” (Isaías 14:12,15). Por lo tanto, todos estos pasajes parecen sugerir que Génesis 3 no sólo relata la caída del hombre, sino también ¡la caída de Satanás!