Dice la Biblia que Dios le
prometió a Abraham que haría de él una nación grande, y que a través de él todas
las familias de la tierra serían benditas (Génesis 12:2). Más tarde, Dios le
repetiría estas palabras diciendo que así como las estrellas del cielo sería su
descendencia (Génesis 15:5). También le haría la promesa de que heredaría la
tierra (Génesis 15:7).
Sin embargo, en aquellos
tiempos los extranjeros no les era permitido poseer tierra, por lo que Abraham
inmediatamente pregunta ¿cómo estaría
seguro de que poseería la tierra prometida? (Génesis 15:8). La respuesta de
Dios es aún más intrigante: ¡Tráeme un becerra, una cabra, un carnero, una
tórtola y un palomino! (Génesis 15:9) Pareciera que la respuesta de Dios no
tiene sentido con lo que Abraham le había preguntado. Sin embargo, para Abraham
inmediatamente tuvo sentido.
En nuestros días, cuando dos
partes se comprometen en algo, redactan un contrato con las especificaciones
del acuerdo y lo firman. Sin embargo, en los días de Abraham los pactos muy importantes
se hacían a través de un ritual muy raro y sangriento. Este ritual consistía en
tomar algunos animales y cortarlos por la mitad longitudinalmente (desde la
cabeza hasta la cola). Luego, cada mitad se ponía una frente a la otra quedando
un pasillo de sangre en medio:
“Y tomó él todo esto,y los partió por la mitad,y puso cada mitad una enfrente de la
otra;mas no partió las aves.” Génesis 15: 10
Para el acuerdo, las partes debían cruzar este pasillo manchando
con sangre sus vestiduras, y cuando se encontraban al medio intercambiaban
promesas solemnes y maldiciones. Cuando cruzaban ambos decían: ¡Que así sea
hecho si no cumplo con mi parte del pacto! Así este pacto era de vida o muerte.
Si una persona rompía el acuerdo, la otra persona lo buscaba y lo mataba de una
manera brutal, sangrienta y dolorosa, simbolizado en el descuartizamiento de
los animales y la sangre por la cual ambos caminaron. Por ello, este ritual era
conocido como el “pasillo de la muerte”, un pacto muy serio.
Esta práctica, aunque rara,
era muy común en las comunidades del desierto del Medio Oriente en los días de
Abraham, y partes de este ritual aún se sigue usando en la actualidad en
algunas tribus de África. Más adelante, el ritual aún seguía usándose en los
días del profeta Jeremías:
“Y entregaré a los hombres que
traspasaron mi pacto, que no han llevado
a efecto las palabras del pacto que celebraron en mi presencia, dividiendo en dos partes el becerro y pasando
por medio de ellas; a los príncipes de Judá y a los príncipes de
Jerusalén, a los oficiales y a los
sacerdotes y a todo el pueblo de la tierra,
que pasaron entre las partes del becerro,” Jeremías 34:18-19
Abraham tenía en mente
realizar este mismo ritual con Dios. Sin embargo, cuando llegó el tiempo para hacerlo,
dice la Biblia que Dios puso a Abraham en un “sueño profundo” (Génesis 15:12). La
misma palabra se usa cuando Dios hizo caer en un sueño profundo a Adán y creó a
Eva de una de sus costillas (Génesis 2:21). Se entiende entonces que Dios
estaba por crear algo especial.
Mientras Abraham dormía, un
horno humeando y una antorcha de fuego pasaban por el pasillo de sangre
(Génesis 15:17). Todos los comentaristas concuerdan en que la presencia física
de Dios se manifestó en la forma de estas dos figuras, y que al pasar solo por
en medio de la sangre de los animales el pacto se volvió incondicional, donde
Abraham no tomó parte del proceso ni asumió los compromisos legales. Fue aquel
mismo día que Dios hizo un pacto con Abraham (Génesis 15:18).
Sin embargo, existe otra
interpretación complementaria y muy interesante que le da un sentido mucho más
potente a Génesis 15. Según followingmessiah.org, tanto Dios como Abraham sí participaron del
ritual, pero fue Dios quien tomó lugar por Él mismo y por Abraham cuando éste
dormía. ¿Por qué Dios no permitió que Abraham participara del ritual? Por una
sencilla razón. Dios es eterno, y por lo tanto, por su lado el pacto sería
eterno. Pero Abraham algún día moriría como todos los hombres, y por su lado el
pacto moriría con él. Por ello, Dios pasó en su lugar para que por las dos
partes el pacto fuera eterno. Esto significaba también que Dios asumía la
responsabilidad legal de que Abraham cumpliera el pacto por su parte.
Ahora bien, como ambos
llevaron a cabo el ritual, ambos estaban comprometiéndose legalmente. Por una parte, Dios estaba
prometiendo guardar y mantener el pacto hecho a Abraham y a sus descendientes.
Por la otra parte, Dios mismo – al pasar en lugar de Abraham por el pasillo de
sangre- asumía la responsabilidad de asegurarse de que Abraham cumpliera su
parte del pacto. Si alguno de los dos incumplía el pacto debía morir.
¿Cumplieron ambos el pacto?
Dios sí, pero Abraham y sus descendientes en muchas ocasiones no. Una de esas
ocasiones se describe en Éxodo 32 y el becerro de oro. Entonces, si Abraham y
sus descendientes no cumplieron, ¿quién debía morir? Esa es la gran pregunta.
Dado que Dios tomó el lugar de Abraham en el ritual, entonces Dios asumía la
responsabilidad legal si Abraham cumplía o no el pacto. Y como los
descendientes de Abraham no cumplieron el pacto, ¡entonces Dios tenía que cumplir
con su muerte! Si era así, ¿cómo Dios, que es Espíritu, podría morir
físicamente y de una manera brutal, dolorosa y sangrienta, tal como el becerro
en el ritual que había llevado a cabo con Abraham? La respuesta es lógica y
obvia: ¡Dios debía volverse hombre como nosotros y morir para cumplir el pacto!
Pues Dios mismo se encarnó y
nació de una virgen (Lucas 2:30-33), siendo Dios y judío, descendiente de Abraham,
la representación de las dos partes del pacto en Génesis 15. Jesús se refiere a
que Abraham fue testigo de su venida y muerte (Juan 8:56). La muerte y
resurrección de Jesús mantiene vigente el pacto entre Dios y Abraham y sus
descendientes. ¡Y este pacto también es para nosotros!
“Y si vosotros sois de
Cristo, ciertamente linaje de Abraham
sois, y herederos según la promesa.”
Gálatas 3:29