En la historia del nacimiento de Jesús, la tradición nos dice que José y María buscaron una habitación en Belén donde quedarse, pero en repetidas ocasiones les dijeron que no había lugar disponible para ellos. Entonces se vieron obligados a quedarse en un establo lleno de animales detrás de la posada. Pero, ¿es esto lo que realmente dicen las Escrituras? Veamos lo que la Biblia dice:
“Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón.” (Lucas 2:7)
El evangelio de Lucas nos dice que José y María tuvieron que acostar al niño Jesús en un pesebre, porque no encontraron “un lugar para ellos en el mesón”. Tenemos en nuestras mentes la idea que este “mesón” era una especie de hostal con una cantidad de habitaciones completamente ocupadas, sin ninguna disponible para José y María. Sin embargo, la palabra común para “mesón” era el término griego “pandocheion”. Esta palabra hacía referencia a una posada comercial donde cualquier persona podía ser recibida, como por ejemplo, el “mesón” (“pandocheion”) donde el buen samaritano llevó al herido (Lucas 10:34) ("Jesús a través de los ojos del Medio Oriente", Kenneth Bailey).
Pero en la historia de José y María, la palabra “mesón” se traduce de la palabra griega “kataluma”, que significa sencillamente “un lugar donde estar”. Sabemos que José tenía familiares en Belén, pues “era de la casa y familia de David” (Lucas 2:4), y ellos podrían haberles dado la bienvenida. Entonces, ¿por qué José y María no encontraron “un lugar donde estar” en Belén? Pues la respuesta se encuentra en las tradiciones hebreas. Según la Torá, una mujer con flujo de sangre era ritualmente inmunda, y todo lugar donde ella estuviera y todos aquellos quienes tuvieran contacto con ella también se considerarían inmundos (Levíticos 15:19-27). Esta misma regla también se aplicaba a las mujeres embarazadas, cuyo parto involucraba derramar mucha sangre (Levíticos 12:2-4). Por ello, para evitar contaminar ritualmente a sus familias, las mujeres embarazadas dejaban el hogar y buscaban un lugar apartado para dar a luz. Esto es lo que hicieron José y María, pero sin lograr encontrar "un lugar donde estar".
La tradición enseña entonces que José y María se quedaron en un establo donde guardaban los animales, detrás de la posada. Sin embargo, el Nuevo Testamento no menciona el lugar exacto del nacimiento. Lo único que nos dice es que María dio a luz al niño Jesús, “lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre” (Lucas 2:7). La palabra “pesebre” es traducida del griego “phatne”. En la Septuaginta LXX (Escrituras hebreas en griego) esta palabra se traduce como “establo” (2 Crónicas 32:28), mientras que en Lucas 13:15 era el lugar donde se guardaban los animales. Entonces, ¿qué animales se guardaban en el pesebre? Y lo más importante, ¿dónde estaba el pesebre?
Cuando Herodes preguntó a los líderes religiosos acerca del lugar donde habría de nacer el Mesías, ellos respondieron citando las profecías del Antiguo Testamento:
“Pero tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel; y sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad.” (Miqueas 5:2; Mateo 2:6)
En el contexto más amplio de esta profecía, una menos conocida señalaría la ubicación exacta del nacimiento del Mesías. El profeta Miqueas había anunciado unos versículos antes:
“Y tú, oh torre del rebaño, fortaleza de la hija de Sion, hasta ti vendrá el señorío primero, el reino de la hija de Jerusalén. Ahora, ¿por qué gritas tanto? ¿No hay rey en ti? ¿Pereció tu consejero, que te ha tomado dolor como de mujer de parto?” (Miqueas 4:8-9)
Esta profecía revelaría que el Mesías sería anunciado en un lugar llamado “Migdal Eder”, que significa “torre de rebaño”. Actualmente se desconoce la ubicación exacta de Migdal Eder, pero la Biblia parecer indicar que se encontraba tan sólo a media legua (2 km.) a las afueras de “Efrata” (el antiguo nombre de "Belén"), en el camino a Jerusalén (Génesis 35:16-21).
Precisamente los campos de Migdal Eder, en los alrededores de Belén, tenían un papel importante en la crianza de corderos para el sacrificio en el templo. Estos rebaños se podían criar dentro de un radio de 9 kilómetros (5,5 millas) de Jerusalén, lo que hacía que Belén fuera reconocida como el lugar para las ovejas del sacrificio. El templo de Jerusalén requería una gran cantidad de corderos, tanto para el sacrificio diario como para el sacrificio anual de la Pascua. El Talmud nos dice que “el rebaño que se encuentra desde Jerusalén hasta Migdal Eder, y en la misma vecindad en todas direcciones, se considera [para el sacrificio del Templo], si es macho, como ofrendas enteras, y si es femenino, como ofrendas de paz” (Talmud de Babilonia, Shekalim 7:4). Los pastores que cuidaban los rebaños tampoco eran pastores comunes. Éstos eran sacerdotes de la tribu de Leví, que estaban encargados de cuidar los rebaños del templo (“The Life and Times of Jesus the Messiah”, Alfred Edersheim).
En el antiguo Israel era común construir “torres de vigilancia” como protección de los enemigos (2 Reyes 18:8). Según la Biblia, estas torres también eran usadas para cuidar los rebaños (2 Crónicas 26:10). Los arqueólogos han encontrado las ruinas de algunas de estas torres en Israel. Se cree que en Migdal Eder habría habido una torre similar llamada la “torre del rebaño”, donde los pastores sacerdotes podían vigilar las ovejas del templo. Los rebaños se vigilaban desde la parte alta de la torre, mientras que en el nivel más bajo se traían las ovejas para dar a luz a los corderos.
Torre agrícola, cerca de Beth El, Samaria (foto de mediados de 1930).
Torre en los campos de Belén (foto alrededor de 1934)
Uno de los deberes de estos pastores era supervisar el nacimiento de cada cordero y verificar que fuesen aptos para el sacrificio en el templo en conformidad con la ley judía. Los corderos debían nacer sin mancha, sin huesos rotos y sin ningún defecto (Éxodo 12:5). Los pastores del templo estaban bajo reglas rabínicas especiales de limpieza, por lo que mantendrían ceremonialmente limpio el lugar de nacimiento de estos corderos. Estas condiciones no permitirían la presencia de otros animales. De esta manera, los rebaños se mantenían al aire libre, y sólo las ovejas que estaban por dar a luz eran llevadas a la torre.
Entonces, los pastores levitas tomaban estos frágiles corderos recién nacidos y los envolvían con tiras de tela bien apretadas para evitar magulladuras y manchas. Mientras que un bebé judío era envuelto con fajas (Ezequiel 16:4), los corderos recién nacidos eran atados con los pedazos de las ropas sacerdotales que quedaban en desuso después de haber sido usados en los sacrificios del templo. Luego, los corderos eran colocados en pesebres, unos comederos tallados en piedra caliza que estaban ritualmente limpios, para evitar que los agitados corderos se lastimaran hasta que estuvieran tranquilos (“The Tower of the Flock: The Christmas Story”, Christine Van Horn)
La Biblia nos dice que José y María no encontraron "un lugar donde estar" en Belén. Pero la “torre del rebaño” en los campos de Belén, habría sido el lugar apropiado para que María pudiese dar a luz. Aquella misma noche también “había pastores en la misma región, que velaban y guardaban las vigilias de la noche sobre su rebaño” (Lucas 2:8). No hay nada que indique de dónde eran estos pastores, pero parece apropiado pensar que éstos eran de Migdal Eder, pues la tradición judía creía que la primera revelación del Mesías sería justamente en aquellos campos, donde los pastores vigilaban los rebaños del Templo durante todo el año (“The Life and Times of Jesus the Messiah”, Alfred Edersheim). Entonces el ángel apareció frente a ellos para anunciarles el nacimiento del Mesías:
“Pero el ángel les dijo: No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor.” (Lucas 2:10-11)
Desde la perspectiva hebrea, los primeros lectores del evangelio de Lucas habrían entendido inmediatamente el trasfondo de la historia de los pastores de Belén. La Biblia nos dice que Jesús era “el Cordero de Dios” (Juan 1:29), y que era “un cordero sin mancha y sin contaminación” (1 Pedro 1:18-19). Estos pastores, por tanto, fueron los primeros en recibir la noticia del nacimiento del Mesías, ¡pues ellos tenían que supervisar el nacimiento del “Cordero de Dios” y comprobar que no tenía mancha ni defecto!
Después de escuchar las buenas nuevas, ellos inmediatamente determinaron: “Pasemos, pues, hasta Belén, y veamos esto que ha sucedido, y que el Señor nos ha manifestado” (Lucas 2:15). Debemos notar que los pastores “vinieron, pues, apresuradamente, y hallaron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre” (Lucas 2:16). Pero, ¿cómo encontraron tan rápido el lugar? Pues, porque ellos recibieron dos señales que indicarían el lugar del nacimiento:
"Entonces el ángel les dijo: Esto os servirá de señal: Hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre.” (Lucas 2:12).
En un principio, resulta difícil pensar que los pastores pudieran encontrar al niño Jesús en Belén guiándose sólo con estas dos "pistas". A simple vista parecen muy vagas. Sin embargo, estas dos señales fueron suficientes para que los pastores encontraran al niño. Ellos no tuvieron que buscar casa por casa por todo Belén. Por el contrario, los pastores no dudaron sobre el lugar donde lo encontrarían. Ellos fueron apresuradamente en dirección al único lugar donde los corderos para el sacrificio nacían, se envolvían en pañales y se acostaban en un pesebre: ¡Migdal Eder, la torre del rebaño!
Dado que estos pastores eran sacerdotes levitas, es comprensible que ellos hubieran ido al Templo para contar lo que había visto y oído aquella noche: "Y al verlo, dieron a conocer lo que se les había dicho acerca del niño" (Lucas 2:17). Entonces allí, en el patio del Templo, los pastores se habrían encontrado con aquellos que adoraban y ofrecían sacrificios, los cuales oirían que el tiempo del cumplimiento de las profecías había llegado. De esta manera, las noticias de los pastores habrían preparado a las personas que se encontraban en el Templo, como a Simeón y Ana (Lucas 2:22-38), para el momento cuando el niño fuera presentado en el Templo.
Finalmente, otro versículo podría explicar plenamente el hecho de que estos pastores cuidaban los rebaños del Templo. El relato termina diciendo que "volvieron los pastores glorificando y alabando a Dios por todas las cosas que habían oído y visto, como se les había dicho" (Lucas 2:20). El sentido en relación con esto parece algo difícil hasta cuando nos damos cuenta de que, tras haber llevado sus rebaños al Templo, regresarían a sus propios hogares, llevando con ellos gozosos y llenos de gratitud las nuevas de gran salvación ("Usos y costumbres de los judíos en los tiempos de Cristo", Alfred Edersheim).