¿Por qué Jesús usó su saliva para sanar a los enfermos?


En el Nuevo Testamento encontramos algunos milagros que Jesús hizo de una manera algo extraña. Los evangelios nos dicen que en tres ocasiones Jesús usó su saliva para sanar a los enfermos. En Decápolis, Jesús sanó a un sordo y tartamudo metiendo sus dedos en las orejas de aquel hombre y escupiendo y tocando su lengua. (Marcos 7:31-37). En Betsaida, Jesús sanó a un ciego escupiendo en sus ojos y poniendo sus manos sobre él (Marcos 8:22-26). Y en Jerusalén, Jesús sanó a un ciego de nacimiento escupiendo en el suelo, haciendo barro con su saliva y poniéndolo en los ojos del hombre (Juan 9:1-7). En todos estos casos, Jesús perfectamente podría haberlos sanado con tan solo haber dado la orden. Sin embargo, ¿por qué Jesús usó su saliva para sanarlos? 

La explicación más común es que Jesús habría hecho una obra de creación en la vista de aquel hombre usando lodo hecho con saliva como símbolo de la creación del hombre a partir del “polvo de la tierra” (Génesis 2:7). Esto podría explicar las palabras del ciego, más tarde, en referencia a la creación: “Desde el principio no se ha oído decir que alguno abriese los ojos a uno que nació ciego” (Juan 9:32). Sin embargo, los milagros de Jesús realizados con su propia saliva podrían comprenderse mejor a la luz de las tradiciones judías. 

Los judíos del primer siglo creían que la saliva de un hijo primogénito podía curar enfermedades, incluyendo la ceguera. En algunos casos de disputa legal de una herencia, la prueba para reconocer a un hijo primogénito legítimo y heredero del padre era la capacidad sobrenatural para sanar con su saliva. El Talmud, que recopila tradiciones transmitidas oralmente desde siglos antes de Cristo, dice lo siguiente: “Hubo un cierto hombre que se presentó ante Rabí Janina y le dijo: ´Sé que este hombre es un primogénito´. Rabí Janina le dijo: ´¿De dónde lo sabes?´ Le dijo a Rabí Janina: ´Porque cuando la gente se presentaba ante su padre para obtener una cura para sus ojos enfermos, él les decía: ´Vayan a ver a mi hijo Shikhḥat, ya que es un primogénito y su saliva cura esta dolencia´” (Talmud Babilonia, Bava Batra 126 b). 

Esta tradición sería el contexto que encontramos en la curación del ciego relatado en el evangelio de Juan. Recordemos que el evangelio de Juan fue el último en escribirse. Por lo tanto, el apóstol escribió su evangelio complementando el relato de los otros evangelios, entregándonos más detalles que nos ayudan a comprender la historia. En Juan 8, el apóstol registra cuidadosamente una discusión entre Jesús y los judíos. Jesús habla extensamente acerca de donde él venía, y cuando habló acerca de su Padre los judíos inmediatamente respondieron: “¿Dónde está tu Padre?” (Juan 8:19). Jesús respondió: “Ni a mí me conocéis, ni a mi Padre” (Juan 8:19). 

Más adelante, los judíos insinúan una falsa acusación contra Jesús: “Nosotros no somos nacidos de fornicación” (Juan 8:41). De acuerdo a los escritos rabínicos, los líderes religiosos judíos no consideraban a Jesús un hijo legítimo, ni menos un primogénito legítimo. Más bien, lo acusaban falsamente llamándolo un “mamzer”, un bastardo. Después de todo, José y María reconocían abiertamente que José no era el padre biológico de Jesús (Mateo 1:25), y que también María nunca había tenido relaciones sexuales antes de estar casada con José (Mateo 1). Sin embargo, Jesús claramente había sido concebido y nacido (Institutum Judaicum). Jesús también afirmaba no tener un padre terrenal, sino que había venido de un Padre celestial: “Si vuestro padre fuese Dios, ciertamente me amaríais; porque yo de Dios he salido, y he venido; pues no he venido de mí mismo, sino que él me envió.” (Juan 8:42). Todos estos detalles generaban un escándalo entre los religiosos judíos, quienes tenían muchas interrogantes acerca de la procedencia de Jesús.

Este trasfondo acerca de la legitimidad y la filiación de Jesús con el Padre que se encuentra en Juan 8 sería el contexto específico para la curación del ciego en Juan 9. Cuando los discípulos vieron al ciego de nacimiento inmediatamente preguntaron: “Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido ciego?” (Juan 9:2). Entonces Jesús respondió: “No es que pecó éste, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él. Me es necesario hacer las obras del que me envió” (Juan 9:3-4). Jesús no solamente demostraría con el ciego su capacidad para obrar milagros, sino también que él había venido del Padre y que era el Hijo legítimo, el Primogénito de Dios (Living with Faith). 


Habiendo “dicho esto”, Jesús “escupió en tierra, e hizo lodo con la saliva, y untó con el lodo los ojos del ciego” (Juan 9:6). Entonces el ciego se lavó en el estanque de Siloé y recobró la vista (Juan 9:7). Jesús sanó al ciego de esta manera para demostrar que su saliva podía curar enfermedades. De acuerdo a la tradición judía, sólo un hijo legítimo y primogénito podía sanar sobrenaturalmente con su propia saliva. Por lo tanto, Jesús demostraba que él era un hijo primogénito legítimo. Pero, ¿cómo podría Jesús no tener un padre terrenal, y al mismo tiempo, demostrar mediante un milagro sobrenatural que él era un hijo primogénito y heredero legítimo? Pues, esto solo puede tener sentido si sus declaraciones acerca de su procedencia eran verdaderas. ¡Jesús era el Hijo de Dios! ¡El Primogénito y legítimo Heredero de Dios! 

Esta prueba divina de su identidad explicaría la reacción alborotada de los líderes religiosos judíos, quienes decidieron interrogar al ciego que había sido sanado y también a sus padres. Si prestamos atención a las palabras de los judíos, nos daremos cuenta que ellos no estaban interesados en el milagro en sí, sino en el método que Jesús usó para sanar al ciego: “Y le dijeron: ¿Cómo te fueron abiertos los ojos?” (Juan 9:10), “Volvieron, pues, a preguntarle también los fariseos cómo había recibido la vista” (Juan 9:15). Más adelante, volvieron a preguntarle: “¿Qué te hizo? ¿Cómo te abrió los ojos?” (Juan 9:26). 

Los fariseos no podían creer que Jesús, a quien ellos habían acusado falsamente como un hijo de fornicación, había sanado a un ciego con su propia saliva. Para este punto, los fariseos habían presenciado muchos milagros de Jesús, pero comprendían que este milagro en particular destruía las calumnias de ellos y confirmaba las palabras de Jesús acerca de quién realmente era y de dónde venía. ¡Jesús es el Hijo legítimo de Dios!