La Predestinación y el Libre Albedrío desde la perspectiva hebrea

 

La predestinación es uno de los temas más complejos de las Escrituras. Y cuando hablamos de “predestinación”, necesariamente debemos hablar también del “libre albedrío”. Dios es el único que tiene libre albedrío. Y cuando creó al hombre decidió que tuviera libre albedrío, pues lo creó a “su imagen y semejanza” (Génesis 1:26). Un comentario rabínico dice: “¿Podría ocurrir algo en el mundo que no sea el deseado por su Creador? El fuego arde porque Dios lo quiere quemar. El agua fluye porque Dios quiere que fluya. Así también, los seres humanos tienen libre albedrío porque Dios quiere que tengamos libre albedrío. No hay contradicción” (Maimónides, Hiljot Teshuva 5:4). En el judaísmo, Dios decreta lo que ocurre en su creación, pero el hombre tiene libertad para decidir. Por ello existe el dicho: “Todo está previsto, pero se otorga libre albedrío (Pirke Avot 4:19).

Desde la perspectiva hebrea, hay algunos hechos que están predestinados y otros no. Entre los decretos del cielo están nuestras características físicas al nacer y las circunstancias que viviremos, pero no está predestinado si tendremos temor a Dios. Se dice que: “Todo lo que le ocurre a una persona fue decretado por Dios. Por ejemplo, (si la persona es) alta, baja, pobre, rica, inteligente, tonta, blanca o negra, todo esto depende del Cielo. Pero (si la persona es) justa o malvada no es decretado en el Cielo, sino que fue confiado en la decisión de la persona. Delante del individuo se abren dos caminos y él debe elegir actuar con temor a Dios” (Talmud Bavli, Berajot 3).

La Biblia dice que aún los años de vida del hombre están determinados (Job 14:5). Por esto se dice: "La plaga puede durar siete años y, sin embargo, nadie morirá antes de la hora señalada" (San. 29a; Yeb. 114b). Nuestra estatura también está decretada, pues no podemos “añadirle un codo” (Mateo 6:27). Hay una ilustración rabínica que dice: “Hay un ángel llamado Lila encargado de (supervisar) cada embarazo. Él lleva el óvulo fertilizado a Dios y le dice: ‘Amo del Universo, ¿Qué será de este niño? ¿(Será) fuerte o débil, sabio o tonto, rico o pobre?’ Sin embargo, si el niño se convertirá en un malvado o en un justo no se menciona” (Talmud Bavli, Nidá 16b).

En este sentido, los sabios enseñan que traemos inclinaciones hacia el bien o el mal (“Ietzer”) aun antes de nacer. En la Biblia, por ejemplo, vemos que Jacob y Esaú “luchaban en el vientre de su madre” (Génesis 25:22), mostrando tendencias hacia el mal. Ahora bien, aunque tenemos predisposiciones congénitas positivas o negativas, los rabinos enseñan que éstas no causan que seamos buenos o malos durante nuestra vida. Se dice en el judaísmo: “El hombre fue dotado desde su creación, con una inclinación al Bien (Ietzer Tov) y una inclinación al Mal (Ietzer HaRá); y él tiene el poder para inclinarse en la dirección que escoja” (Derej Hashem 1:3:1).

Sobre la vida material se dice: "Un hombre no se lastima el dedo en este mundo a menos que se haya decretado más arriba" (Ḥul. 7b). Se cuenta la historia de Eleazar ben Pedat, quien en circunstancias difíciles le preguntó a Dios cuándo terminaría su pobreza. En un sueño Dios le habría respondido: “Hijo mío, ¿quieres que derribe al mundo?” (Ta'an. 25a). Entonces entendió que su pobreza había sido predestinada.


En un principio los rabinos enseñaban que las estrellas dirigían el destino del hombre. Se decía que "la progenie, la duración de la vida y la subsistencia dependen de las constelaciones" (M. Ḳ. 28a). Los signos del zodiaco eran llamados “mazalot”. Así que los rabinos creían que las estrellas influenciaban desde lo alto (“mazal”) la vida de los hombres. Una historia rabínica dice que cuando Dios le pidió a Abraham mirar las estrellas y le dijo: “Así será tu descendencia” (Génesis 15:5), Abraham le habría respondido: “Creador del Universo, he consultado mi horóscopo y he hallado que soy incapaz de tener hijos”. A lo que Dios habría respondido: “Un israelita no tiene destino”. Desde entonces se comenzó a decir “Ein Mazal l'Yisrael”, que significa “Israel no está sujeto al destino” (“El Talmud y la sabiduría rabínica a la luz del cristianismo”, Lauro Ayala)

Aunque hay circunstancias en la vida que el hombre no puede controlar, en el judaísmo no hay destino que no se pueda cambiar, pues tenemos el libre albedrío como una poderosa herramienta. Desde la creación Dios le permitió a Adán escoger entre lo bueno y lo malo. Un comentario rabínico afirma que "toda persona tiene permiso para decidir dirigirse por un buen camino y convertirse en un justo, o seguir por un mal camino y convertirse en un malvado. Esto es lo que está escrito en la Torá: ‘He aquí que el hombre se ha vuelto como uno de nosotros, conocedor de lo bueno y lo malo’ (Génesis 3:22)" (Maimonides, Hiljot Teshuva 5:1). La Biblia dice:

“A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia.” (Deuteronomio 30: 19)

En el judaísmo, el libre albedrío es un pilar fundamental. La Torá consiste en obedecer los preceptos de Dios. Los obedientes tendrán bendición, y los desobedientes tendrán maldición. Y este sistema de recompensa y castigo sólo tiene sentido si el hombre tiene libre albedrío. La Biblia dice: “Ahora, pues, Israel, ¿qué pide Jehová tu Dios de ti, sino que temas a Jehová tu Dios?” (Deuteronomio 10:12). Por esto los rabinos concluyeron que: “Todo está en manos del cielo, excepto el temor a Dios” (Talmud Bavli, Berajot 33b).


Así que las conductas humanas que implican obedecer un precepto no están predestinadas. Todas las transgresiones a los preceptos de Dios son decisiones voluntarias del hombre. Dios no predestina a un hombre pecar, sino que es exclusiva responsabilidad del hombre. Como dice la Biblia: “Los padres no morirán por los hijos, ni los hijos por los padres; cada uno morirá por su pecado” (Deuteronomio 24:16). Por lo tanto, como cada pecado ha sido una decisión voluntaria, el hombre también tiene la libertad para buscar el arrepentimiento. Se dice entonces: "Dado que cada hombre tiene libertad de elección, uno debe luchar por el arrepentimiento" (Maimonides, Hiljot Teshuvá 5:1).

El arrepentimiento es una herramienta tan poderosa que puede cambiar, incluso, un mal decreto. Los sabios judíos enseñaron: “El arrepentimiento (teshuvá), la oración (tefilá) y la caridad (tzedaká) eliminan un mal decreto”. En la Biblia, por ejemplo, Dios había decretado la muerte de Ezequías por medio del profeta Isaías (2 Reyes 20:1). Pero Ezequías se volvió a Dios (teshuvá) y recibió quince años más de vida (2 Reyes 20:6). Hay otros casos, como la profecía contra el rey Acab (1 Reyes 21:29), y la profecía contra Nínive (Jonás 3:10), las cuales fueron revocadas por el arrepentimiento.

La oración también cambia un mal decreto. Una historia rabínica cuenta que Moisés, después de asesinar al egipcio, fue condenado a morir por espada. Se dice que cuando la espada afilada se colocó en su cuello, comenzó a orar por la misericordia de Dios y sobrevivió. Entonces habría llamado a su hijo “Eliezer, porque dijo: El Dios de mi padre me ayudó, y me libró de la espada de Faraón” (Éxodo 18:4). Entonces los rabinos dicen: “Incluso si la afilada espada se coloca sobre su garganta, no debe desesperarse, no debe abstenerse de orar por la misericordia de Dios.” (Brachot 10a).

Aunque Dios nos ha dado libertad para decidir, nuestras decisiones no pueden anular los propósitos de Dios. Por ejemplo, los hermanos de José eligieron libremente el mal contra él. Pero éstas sirvieron para que Dios llevara a cabo su plan: “Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien, para hacer lo que vemos hoy, para mantener en vida a mucho pueblo” (Génesis 50:20).

Así que cuando usamos nuestro libre albedrío, también elegimos nuestro papel en el plan de Dios. Dios puede cumplir sus propósitos de múltiples maneras, incluso usando nuestras decisiones hacia el mal. Por ejemplo, en la Biblia leemos que Faraón “endureció su corazón” (Éxodo 8:19; 9:7). Pero también leemos que Dios “endureció el corazón de faraón” (Éxodo 4:21; 7:3). Pues, ¿decidió Faraón endurecer su corazón libremente? El Talmud explica: “En la forma en que un hombre desea caminar, es guiado” (Talmud Bavli Makot 10b). Entonces Dios endureció el corazón de Faraón, porque ¡Faraón había decidido hacerlo primero!

Pero, ¿por qué Dios creó al hombre con libre albedrio? Pues, el concepto clave es el “amor”. Dios creó al hombre por amor. Pero el amor no puede existir en el vacío; uno debe tener otro para amar. Esta idea está integrada en el verbo de dos letras que es la base de las palabras hebreas “amor” (“ahava”), y "dar" (“hav”): Un amante debe darse a su amado. ¡Y ese "otro" debe ser alguien "libre" que no esté controlado por el amante, porque si el amado está completamente dominado, entonces el amado es simplemente una extensión del amante, y el amante solo se ama a sí mismo! (Jpost.com) Por lo tanto, Dios tuvo que crear seres humanos diferentes e independientes de Él, creados a Su Imagen y con la capacidad de elegir libremente amarlo. Sólo así habría verdadero amor. El Nuevo Testamento lo explica de la siguiente manera:

“Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo” (Romanos 8:29)

El apóstol Pablo explica que desde mucho tiempo antes que se predicara el evangelio, Dios sabía que tendría un pueblo conformado por todos aquellos que lo aman. Pablo escribe que este pueblo era “conocido” previamente por Dios. En el lenguaje judío, el “conocer a alguien” implica una “relación de afecto”. Por ejemplo, se dice que Adán "conoció" a Eva (Génesis 3:1). También se dice que los que aman a Dios “son conocidos por Él” (1 Corintios 8:3). También se usan expresiones como “nunca os conocí” (Mateo 7:23). Así que Pablo explica que Dios amaba desde la eternidad a su pueblo, y que ellos también amarían a Dios y responderían a su llamado.

Algunos se han apoyado de este versículo para afirmar que Dios ha predestinado a los hombres a salvación o perdición eterna. Sin embargo, lo que Dios predestinó no son los hombres, sino el plan para aquellos hombres que responderían a su llamado. Pablo utiliza la palabra "prioorizo" ("predestinó"), la cual usan los padres cuando hacen planes para sus hijos. Esto quiere decir que Dios siempre ha tenido un plan predestinado para sus hijos, y su propósito con ellos es “conformarlos a la imagen de su Hijo”. Por esta razón, Pablo explica que “los que aman a Dios (…) fueron llamados conforme a su propósito” (Romanos 8:28).

Pablo también explica que este pueblo era Israel, “al cual desde antes conoció” (Romanos 11:1-2). Desde la perspectiva hebrea, la nación de Israel había sido predestinada como el pueblo de Dios, escogida de entre todas las naciones (Deuteronomio 7:6). Y el motivo de esta elección era simplemente la voluntad de Dios (Romanos 9:14-23). Sin embargo, Israel rechazó a su Mesías, por lo que el evangelio fue predicado entre los gentiles, los cuales recibieron por fe las promesas que habían sido dadas a Israel. ¡Ahora, de ambos pueblos (judíos y gentiles), Cristo logró formar uno solo (Efesios 2:13-14)!


Aunque muchos en la actualidad enseñan que Dios ha predestinado a los hombres a vida eterna y condenación eterna, esta idea no tiene apoyo en el judaísmo. Esto puede resumirse en el siguiente comentario rabínico: “No creas lo que manifiestan los pueblos tontos y la mayoría de los judíos simples respecto a que Dios decreta en el momento de la creación de la persona si ella será justa o malvada. No es así. Más bien, cada persona tiene la capacidad de elegir convertirse en un justo o en un malvado. No hay nadie que pueda obligarlo, no hay ningún decreto sobre él, ni alguien que pueda empujarlo hacia uno de estos dos caminos. Es más bien la persona misma usando su propia inteligencia la que elige el camino que desea.” (Maimónides, Hiljot Teshuvá 5:2).