El velo del templo y la crucifixión de Jesús


Los evangelios nos dicen que cuando Jesús murió en la cruz ocurrió un evento extraordinario: el velo del templo se rasgó por la mitad. Se dice que este velo tenía grandes dimensiones y era enormemente pesado, por lo que es difícil pensar que alguien pudiera haberlo rasgado por la mitad, excepto Dios. Pero, ¿por qué este velo se rasgó al instante cuando Jesús murió en la cruz?

Pues el velo del tabernáculo (en hebreo parochet) separaba el lugar santo del lugar santísimo (Éxodo 26:33). La Biblia nos dice que estaba tejido con hilo “azul, púrpura, carmesí y lino torcido” bordado con figuras de “querubines” (Éxodo 26:31). El velo del templo de Salomón, más adelante, tendría las mismas características (2 Crónicas 3:14). 

Cada uno de sus detalles contenía un profundo significado. El color azul representaba en la tradición judía el color del cielo (Sotah 17a), y en Medio Oriente se asociaba con la divinidad y la realeza, lo que indicaba que Jehová, quien habitaba detrás del velo, era tanto el Dios como el Rey de Israel. Los querubines bordados en el velo se asocian en las Escrituras con la presencia de Dios. La Biblia nos dice que “Jehová mora entre querubines” (1 Samuel 4:4; 2 Samuel 6:2; Salmo 80:1; Isaías 37:16) y que “Jehová mora en los cielos” (Salmo 2:4). Por su parte, el historiador Josefo nos dice que el bordado en el velo contenía “un panorama del cielo” (La guerra de los judíos 5.5.4 §224). Mientras que el Talmud describe que un velo (“vilon”) también separa los cielos donde está Dios (Chagigah 12b), como se dice: “él extiende los cielos como una cortina” (Isaías 40:22). En el judaísmo, el velo del templo representaba, por tanto, el límite entre el cielo y la tierra.


El Talmud también nos dice que este velo tenía el grosor de una mano y que se necesitaban 300 sacerdotes para lavarla (Sheqalim 8.5). Esta descripción representaba lo pesada y gruesa que era la barrera que había entre Dios y los hombres. Nadie podía cruzar el velo, excepto un sumo sacerdote y sólo una vez al año durante el día de la expiación (Levíticos 16). 

En el Talmud, cuando los rabinos se refieren al parochet del templo, utilizan la palabra pargod (Kelim 29.1). Esta palabra añade un nuevo significado al velo del templo. El etimólogo Ernest Klein sostiene que la palabra pargod se deriva del griego paragaudos / paragaudion y del latín paragauda, que se refieren a una "prenda con cordones" o "túnica". De esta manera, el diseño de un velo se parece un poco a la confección de una prenda de vestir (www.ohr.edu). Precisamente en el judaísmo, el velo del templo era considerado como el “ketonet elohim”, la “túnica de Dios” (www.messianicspokane.com). 

Menajem Schneerson, uno de los rabinos eruditos del Talmud, también enseñaba algo similar. Sholom B. Wineberg, basado en las enseñanzas de Schneerson, sostiene que el templo puede entenderse mejor si lo comparamos con prendas de vestir y no con una casa. El templo contenía diferentes grados de santidad: el patio, el lugar santo y el lugar santísimo, lo que se asemeja a diferentes prendas de vestir que se ajustan a las dimensiones de su portador (“The Chassidic Dimension: Based on the Talks of the Lubavitcher Rebbe”, Sholom B. Wineberg). Podemos decir mucho más acerca de los atributos físicos de una persona por su ropa que por su casa. Por lo tanto, el velo del templo – la túnica de Dios - nos puede revelar mucho más el carácter de Dios que el propio templo.
 

El Nuevo Testamento nos dice que Jesús es el verdadero velo del templo (Hebreos 10:20). Desde la perspectiva judía, Jesús realmente era la “túnica” de Dios. La Biblia nos dice que Dios se “cubre de luz como vestidura” (Salmos 104:2). Una versión más literal nos dice que Dios “se cubre de luz como una túnica”. Más adelante, los evangelios nos dicen que Jesús es “la luz del mundo” (Juan 9:5). De manera que Dios se viste con una túnica de luz, y esta luz ¡es Cristo! 

El Dios invisible se vuelve visible por medio de su túnica que es Cristo. La Biblia nos dice que “en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad” (Colosenses 2:9), y que él es “el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia” (Hebreos 1:3). Por esta razón, cuando Felipe le pide que le muestre al Padre, Jesús responde: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre;” (Juan 14:9). 

Todas estas interpretaciones judías cobran vida en el relato de la crucifixión. Los evangelios nos dicen que cuando Jesús murió en la cruz del calvario, el velo del templo se rasgó en dos de arriba a abajo: 

“Mas Jesús, habiendo otra vez clamado a gran voz, entregó el espíritu. Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo” (Mateo 27:50-51) 

Según la tradición judía, cuando una persona moría, un judío tenía la obligación de rasgar sus vestiduras: “Y si uno está cerca del difunto cuando el alma abandona el cuerpo, está obligado a rasgar su ropa, como se enseñó en una baraita: Rabí Shimon ben Elazar dice: Uno que está de pie junto al difunto en el momento de la partida del alma está obligada a rasgar su vestidura.” (Shabat 105b). En el momento exacto en que Jesús respiró por última vez en la cruz del calvario, el velo del templo, la túnica de Dios, se rasgó en dos de arriba abajo. ¡Dios había rasgado sus vestiduras por la muerte de su Hijo! 

Pero la Biblia también nos dice que el velo del templo era la carne del Mesías (Hebreos 10:20). De manera que cuando el velo del templo se rasgó en dos, el cuerpo del Mesías también se desgarraba en la cruz del calvario. Entonces, el velo que suponía una barrera entre el lugar santo y el lugar santísimo desapareció (Hebreos 10:19-21). ¡Ya no había separación entre Dios y los hombres! Y el velo que suponía el límite entre el cielo y la tierra ya no existía. ¡El paraíso fue reabierto nuevamente a los hombres! ¡Sólo la carne desgarrada de Jesús lo pudo hacer!