La maldición de colgar en un madero: el entendimiento hebreo de la crucifixión


En un contexto judío, la cruz no solamente era un castigo cruel y doloroso, sino también vergonzoso. La tradición judía veía la cruz como una maldición de Dios, una señal pública de desagrado divino. La crucifixión implicaba ser colgado en un madero, y todo colgado en un madero era considerado un “maldito”: 

“Si alguno hubiere cometido algún crimen digno de muerte, y lo hiciereis morir, y lo colgareis en un madero, no dejaréis que su cuerpo pase la noche sobre el madero; sin falta lo enterrarás el mismo día, porque maldito por Dios es el colgado; y no contaminarás tu tierra que Jehová tu Dios te da por heredad.” (Deuteronomio 21:22-23) 

En la ley judía, “colgar en un madero” era la peor de las sentencias de muerte, y aplicada sólo a aquellos considerados malditos por Dios. El condenado era colgado en un madero y expuesto a la vergüenza, humillación y deshonra. Pero, ¿qué se entendía por "colgar" a alguien? La palabra “colgar” se traduce de la palabra hebrea “talah”, que significa “ahorcar”. En un contexto moderno, la sentencia de “ahorcamiento” se asocia con la cuerda alrededor del cuello. Pero en el antiguo Cercano Oriente, la ejecución por ahorcamiento implicaba suspender a alguien en un árbol hasta que sobreviniera la muerte, sin especificar si el condenado era sujetado con cuerdas o clavos. 

En la antigüedad, había muchas formas de suspender en un árbol, pero el método más conocido era la crucifixión. De hecho, el término "colgar en un madero" significaba "crucificar" en arameo y hebreo. Los judíos no tenían una palabra específica para “crucifixión”. Por ello, la palabra aramea "tselab" significaba “colgar” y también “crucificar” (“Ancient Jewish and Christians Perceptions of Crucifixion”, David Chapman). Cuando los tárgums (traducciones arameas de las Escrituras hebreas) utilizan esta palabra, asumen que se trata de una “crucifixión”, como por ejemplo, cuando Moisés ordenó “ahorcar” delante del sol a todos los príncipes que cometieron idolatría en Baal-peor (Números 25:4), o cuando David entregó a siete hijos de Saúl a los gabaonitas para ser “ahorcados” (2 Samuel 21:9) (standpointmag.co.uk). 

Por otra parte, Josefo, el historiador judío del primer siglo, traduce la palabra hebrea talah תָּלָה (“colgar/ahorcar”) al griego como "anastaurôsai", que significa “crucificar”. De esta manera, cuando las Escrituras hebreas dicen que el panadero del faraón fue ejecutado en la “horca” (“talah”) (Génesis 40:22), Josefo lo traduce como “crucificado” en griego. Asimismo, cuando Amán fue “colgado” (“talah”) en un árbol de 50 codos de altura (Ester 7:10), Josefo nuevamente utiliza la palabra “crucificar” en griego (“Antigüedades de los judíos", Josefo). En la actualidad, las palabras “colgar” y “ahorcar” se asocian con la muerte con la horca en el cuello, pero aquí se refiere a la "crucifixión" como una forma de muerte por suspensión. 


Ahora bien, en Deuteronomio 21 no queda claro si el criminal debía ser colgado vivo en el madero, o sólo su cadáver después de ser ejecutado. Entonces, ¿cómo interpretaban los judíos esta ley? El testimonio más directo e importante es un manuscrito descubierto en las cuevas de Qumrán, conocido como “El rollo del Templo” (11Q19), escrito en el siglo II a.C., que contiene una reinterpretación radical de Deuteronomio 21: 

“Si un hombre denuncia a su pueblo, entrega a su pueblo a una nación extranjera y traiciona a su pueblo, lo colgarás de un madero para que muera. A la palabra de dos y tres testigos se le dará muerte, y lo colgarán de un madero (…) Si un hombre comete un delito punible con la muerte, y deserta en medio de las naciones y maldice a su pueblo, los hijos de Israel, también lo colgarás en el madero y morirá. Y sus cuerpos no permanecerán sobre el árbol, sino que los enterrarás el mismo día, porque los que cuelgan del árbol son malditos por Dios y los hombres, no debes contaminar la tierra que te doy por herencia.” (Rollo del Templo 11Q 64: 6-13) 

Se ha planteado que esta interpretación de Deuteronomio 21 en el Rollo del Templo refleja la interpretación legal judía (halajá) desde principios del siglo II a.C. hasta la destrucción del Templo. El Rollo del Templo señala dos adiciones importantes. Primero, el culpable de “traición a la nación” o “blasfemia” debía morir colgado en el madero. Un pecador de esta clase debía ser castigado de la manera más terrible. Y segundo, el Rollo del Templo indica claramente que los condenados serían ¡colgados vivos en el madero! 


Esta reinterpretación descrita en el Rollo del Templo es exactamente lo que deberíamos esperar encontrar en el relato del juicio contra Jesús. Después de la resurrección de Lázaro, los líderes judíos vieron a Jesús como una amenaza para el templo y la nación, y concluyeron que era mejor “que un hombre muera por el pueblo, y no que toda la nación perezca” (Juan 11:50). Los jefes del templo percibieron que Jesús había dicho que podía destruir el templo - símbolo de Israel - y reconstruirlo en tres días como traición a la nación y blasfemia. 

El Rollo del Templo también señala que se necesitaba “la palabra de dos y tres testigos” para colgar a alguien en un madero. En tanto, los evangelios relatan que los líderes judíos presentaron muchos testigos para dar falso testimonio contra Jesús. Una de las acusaciones era que “derribaría el templo y en tres días edificaría otro” (Marcos 14:56-59). Los principales sacerdotes necesitaban acusarlo de un delito contra la nación o contra el templo para justificar colgarlo de un árbol. Pero cuando el sumo sacerdote escuchó que Jesús afirmó ser el Hijo de Dios, rasgó sus vestiduras, gritó “¡Ha blasfemado!”, y dijo: “¿Qué más necesidad tenemos de testigos?” (Marcos 14:63). En consecuencia, lo consideraron como alguien “digno de muerte” (Marcos 14:64), alguien que debía ser colgado en un madero. 

En el contexto político del primer siglo, los judíos no tenían jurisdicción para aplicar la pena capital. Entonces presionaron al procurador romano Poncio Pilato para que autorizara el castigo: “Nosotros tenemos una ley, y según nuestra ley debe morir, porque se hizo a sí mismo Hijo de Dios” (Juan 19:7). En este sentido, el grito “¡Crucifícalo!” de la multitud judía parecía fuera de contexto histórico. Como judíos, deberían haber gritado “¡apedréalo!”, pero no “¡Crucifícalo!”. Pero según el Rollo del Templo, el grito “¡Crucifícale!” (Juan 19:15) es exactamente lo que se esperaba de la ley judía: “¡Cuélguenlo en un madero!” 


Siempre se había considerado que la crucifixión era la pena capital de los gentiles, pero nunca de los judíos. Sin embargo, los escritos rabínicos y las primeras traducciones arameas evidencian que colgar a alguien vivo en un madero era una sentencia de muerte desde el siglo II a.C. hasta la destrucción del templo en el 70 d.C. Esta pena era aceptada por los esenios y los saduceos (el partido gobernante del templo en los días de Jesús), pero rechazada por los fariseos (uccfleadershipnetwork.org). Por ello, los rabinos (sucesores de los fariseos) prescribieron, más tarde, que el blasfemo primero debía morir apedreado y luego colgado: “¿Cómo cuelgan el cadáver de uno que fue apedreado? Hundieron un poste en la tierra con un trozo de madera sobresaliendo, formando una estructura en forma de T” (Sanhedrin 6:4). 

El castigo de colgar a alguien en un madero tenía como propósito exhibirlo públicamente como un “maldito”. El condenado era colgado de frente al pueblo, a quien había traicionado, y ante Dios, a quien había blasfemado. Y mientras está colgado, Dios y los hombres lo maldicen, pues había pecado contra toda la nación. Esto es precisamente lo que vemos en los evangelios. Los que pasaban por la cruz meneaban la cabeza y se burlaban de Jesús diciendo: “¡Bah! tú que derribas el templo, y en tres días lo reedificas, sálvate a ti mismo y desciende de la cruz” (Marcos 15:29-30). Los principales sacerdotes también le injuriaban diciendo: “A otros salvó, a sí mismo no se puede salvar” (Mateo 27:42). Y uno de los crucificados también le injuriaba diciendo: “Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros” (Lucas 23:39). 

También se puede entender por qué el sepelio de Jesús se hizo de prisa. El cuerpo de Jesús fue bajado rápidamente de la cruz porque comenzaba el día de reposo (Juan 19:31). Sin embargo, según la Mishná, los ritos funerarios estaban permitidos incluso en un día de reposo (Shabbat 23:5). La sepultura podría haberse hecho sin urgencia. Pero los preparativos para la sepultura se hicieron rápidamente no por la proximidad del descanso sabático, sino más bien, para dar cumplimiento al mandato de Deuteronomio 21, que exigía el entierro del colgado en un madero antes de la noche. 

En un contexto judío, la crucifixión era la maldición más extrema prevista en la ley. Los primeros oponentes judíos usaron Deuteronomio 21 y la maldición de la cruz como un argumento clave contra el mesianismo de Jesús. Justino Mártir, uno de los primeros padres de la Iglesia, cita esta objeción en boca de un judío llamado Trifón: "Pero aquel a quien ustedes llaman Cristo no tenía gloria ni honra, hasta tal punto que incurrió en la última maldición de la ley de Dios, es decir, fue crucificado" ("Diálogo con Trifón", Justino Mártir, P-49).

En la época de Pablo, este argumento no solamente era usado para desacreditar el cristianismo, sino también para blasfemar contra Jesús. Algunos judíos “llamaban anatema [maldito] a Jesús” (1 Corintios 12:3), precisamente porque Jesús había sufrido la cruz. Pero la cruz no solamente era una muerte dolorosa, sino también la más humillante de todas. Por ello, Pablo decía que Jesús se había "humillado a sí mismo", hasta sufrir la peor de todas las humillaciones: la "muerte en la cruz" (Filipenses 2:8). Por lo tanto, el anuncio de los apóstoles de un Mesías crucificado no solamente era imposible, sino también escandaloso para el oído de un judío. El Mesías no podía haber colgado de un madero y haber sido maldito. Por esta razón, Pablo afirmaba que la “predicación de un Cristo [Mesías] crucificado era un tropezadero para los judíos” (1 Corintios 1:23). Sin embargo, Pablo entendió que “Cristo se hizo maldito por nosotros, para redimirnos de la maldición de la ley” (Gálatas 3:13). La maldición de la cruz no era suya, sino de nosotros. ¡Cristo cargó en la cruz nuestras maldiciones!