De todas las evidencias de la resurrección de Jesús, probablemente la más importante sea el cambio radical que experimentaron los discípulos. Por una parte, después de la crucifixión de Jesús, los discípulos estaban escondidos por temor de los judíos. Sin embargo, días después de la sepultura se les veía predicando en las calles de Israel sin temor hasta el punto de morir por defender el nombre de Jesús. ¿Qué ocurrió para que tuvieran este cambio radical? La Biblia dice:
“Cuando llegó la noche de aquel mismo día, el primero de la semana, estando las puertas cerradas en el lugar donde los discípulos estaban reunidos por miedo de los judíos, (…)” Juan 20:19
Después de la muerte de Jesús, los discípulos estaban escondidos por miedo a los judíos. Su líder había sido acusado de blasfemia (Mateo 26:65; Marcos 14:64), y condenado a una horrible muerte en la cruz. Habían quedado sin su Maestro, como ovejas sin un pastor. Sin embargo, la muerte de Jesús no fue lo que causó la mayor desazón en ellos, sino la manera cómo murió. Según la ley judía, el hecho de que Jesús haya muerto colgado en un madero como un criminal demostraba que Jesús era un hereje maldecido por Dios (Deut. 21:23), y que los fariseos tenían razón desde el principio, que durante tres años y medio habían estado siguiendo a un hereje, un hombre maldecido por Dios (“La Resurrección de Jesús”, William Lane Craig). ¡Para ellos fue realmente una catástrofe! Los fariseos también podían buscarles por herejes y correr el mismo castigo.
Pero no sólo el miedo se apoderó de ellos, sino también el desánimo. Los discípulos tenían toda la predisposición de un judío para no creer en la resurrección de Jesús. Los judíos esperaban un Mesías que viniese a expulsar a los enemigos de Israel y restaurar el reino de David (Hechos 1:6), pero no creían – y no creen hasta el día de hoy - en un Mesías que muriese, ni mucho menos que resucitase. Los judíos creían en una resurrección general de los muertos en gloria al final de los tiempos (Daniel 12:2), pero no que alguien fuese levantando antes del tiempo de entre los muertos en gloria. ¡Los discípulos no esperaban la resurrección de Jesús!
Lo que los discípulos podían hacer después de su sepultura era venerar la tumba de su Maestro como un santuario y preservar sus restos, pero no creer en una posible resurrección. Las mujeres, por ejemplo, fueron a la tumba a ungir el cuerpo de Jesús con especies aromáticas (Marcos 16:1; Lucas 24:1), tratando de preservar el cuerpo muerto, no esperando una resurrección. Y cuando hallaron la tumba vacía quedaron tristes y perplejas (Lucas 24:4), y lo primero que pensaron era que habían sacado el cuerpo de Jesús del sepulcro y no sabían dónde le habían puesto (Juan 20:2), pero no en una posible resurrección. Aún los mismos discípulos estaban llenos de dudas. Ante la noticia de que Jesús había resucitado ellos no creyeron (Marcos 16:11,13). E incluso algunos no creerían hasta no ver las heridas de las crucifixión (Juan 20:24-28). Pero también sabemos que nadie esperaba una resurrección de Jesús pues “aún no habían entendido la Escritura, que era necesario que él resucitase de los muertos” (Juan 20:9).
Así pues se encontraban los discípulos después de la crucifixión: llenos de temor, escondidos, tristes, resignados, descorazonados e incrédulos. ¡Nada los haría cambiar de parecer! Entonces, ¿cómo es posible que todos los discípulos hayan predicado y expandido el evangelio de Jesús a todo el mundo si aún ellos mismos se veían incrédulos y poco convencidos de una resurrección? ¿Cómo es posible que estando escondidos por miedo a morir, luego hayan sido martirizados, ya sea crucificados, decapitados, desollados o quemados, por predicar firmemente el evangelio de Jesús? La única respuesta para tal cambio radical es ¡la resurrección real de Jesús! y que, ¡ellos vieron a Jesús resucitado!
Si Jesús hubiera salido de la tumba medio muerto, arrastrándose y con necesidad de ayuda médica, no hubiera dado la impresión en los discípulos de que había vencido la muerte y el sepulcro, pero ellos vieron a un Cristo resucitado, triunfante sobre la vida y la muerte, y “esta fue la creencia que cambió a los descorazonados seguidores de un rabino judío crucificado, en los valientes testigos y mártires de la iglesia primitiva. Podían encarcelarlos, azotarlos, pero no podían lograr que ellos negaran sus convicciones” (“El Cristianismo ¿Historia o Farsa? – Josh MacDowell).
Podemos citar algunos de estas impresionantes transformaciones de los discípulos, como el de Pedro, quien luego del arresto de Jesús, lo abandonó (Mateo 26:56), negó tres veces que lo conocía (Mateo 26:69-75), y después de la sepultura se escondió por temor de los judíos (Juan 20:19), pero más tarde, lo vemos predicando a 3.000 personas (Hechos 2:14-41) y morir crucificado por el evangelio de Jesús. ¿El motivo de tal cambio? “Jesús se apareció a Pedro” (1 Corintios 15:5).
Pero uno de los casos más dramáticos registrados en la Biblia es el de Jacobo, hermano de Jesús (Mateo 13:55; Marcos 6:3). Jacobo no creía que Jesús, su propio hermano, fuese el Hijo de Dios ni mucho menos fue su seguidor (Juan 7:5). Existen razones lógicas. Si tuviésemos un hermano que anduviese predicando que Él es semejante a Dios y que Él es el único Camino, la Verdad y la Vida, seguramente pensaríamos que está loco y que está ridiculizando el nombre de la familia. Sin embargo, sabemos que Jacobo (también llamado Santiago) fue uno de los primeros apóstoles de la Iglesia Primitiva (Gálatas 1:19), y que escribió una epístola presentándose como “Santiago, siervo de Dios y del Señor Jesucristo…” (Santiago 1:1). Menciona a Jesús, su propio hermano, como su “Señor”. ¿Qué debe ocurrir para que alguien incrédulo pueda creer que su hermano verdaderamente es el “Señor”? Más tarde, Jacobo moriría apedreado por orden de Ananías el sumo sacerdote predicando el evangelio. ¿Qué debe ocurrir para que alguien que no era seguidor de Jesús termine muriendo como un mártir predicando el evangelio? La única respuesta es que Jacobo tuvo que haber visto algo que haya cambiado su vida para siempre, algo que haya cambiado radicalmente lo que él pensaba. Jacobo tuvo que haber visto a Jesús resucitado (1 Corintios 15:7).