¿Por qué José de Arimatea se hizo cargo de la sepultura de Jesús?


Los evangelios nos dicen que después de la crucifixión, el cuerpo de Jesús fue envuelto en una sábana limpia, y puesto en un sepulcro nuevo que era propiedad de un hombre rico llamado José de Arimatea (Mateo 27:57-60; Marcos 15:42-46; Lucas 23:50-55; Juan 19:38-42). Pero, ¿por qué José de Arimatea se hizo cargo de la sepultura de Jesús? ¿Por qué no lo hizo María y sus hermanos, o alguno de sus discípulos? ¿Y por qué Jesús fue sepultado en un sepulcro nuevo? ¿Por qué no fue sepultado en la tumba familiar? Pues, todas estas respuestas se encuentran en las leyes y costumbres judías. 

Debemos recordar que Jesús fue condenado por el Concilio Judío llamado Sanedrín. De acuerdo con la ley y la costumbre, cuando el Concilio Judío condenaba a muerte a una persona, le correspondía al Concilio enterrar a esa persona ("The resurrection of Jesus in the light of jewish burial practices", Craig Evans). Este es el papel que desempeñó José de Arimatea, quien era “miembro noble del Concilio” (Marcos 15:43), y también “discípulo de Jesús, pero secretamente por miedo de los judíos” (Juan 19:38). Los cuerpos de los ejecutados normalmente no se entregaban a familiares y amigos. Por ello, ni María su madre, ni los discípulos, pudieron sepultar ellos mismos a Jesús. Tampoco se permitían lamentos, ni duelo público por los criminales ejecutados. El Talmud señala: “los parientes del hombre ejecutado no lo llorarían con la observancia de los ritos de duelo habituales.... ya que el dolor se siente solo en el corazón” (Sanhedrín 6:6). 

El consejo judío era responsable de supervisar el entierro adecuado de los ejecutados. Por una parte, se encargaba de preparar el cuerpo para la sepultura. Por esta razón, las mujeres que seguían a Jesús desde Galilea no pudieron ungir el cuerpo de Jesús con especies aromáticas. Ellas simplemente “vieron el sepulcro, y cómo fue puesto su cuerpo” (Lucas 23:55), pero no pudieron acercarse. Esta tarea fue realizada por Nicodemo, otro miembro del Concilio (Juan 7:50-51), quien “vino trayendo un compuesto de mirra y de áloes, como cien libras” y envolvió el cuerpo de Jesús “en lienzos con especies aromáticas, según es costumbre sepultar entre los judíos” (Juan 19:39-40). 

Pero además, el consejo judío se encargaba de buscar un lugar para el entierro. Los ejecutados debían ser enterrados adecuadamente, pero no en lugares de honor, como la tumba familiar. Esto explica por qué Jesús no fue sepultado en la tumba de los ancestros de José o María. El Talmud señala: “No enterraron [al criminal] en el lugar de enterramiento de sus padres. Pero el Sanedrín mantuvo a disposición dos lugares de enterramiento, uno para los decapitados o estrangulados, y otro para los apedreados o quemados” (Sanhedrín 6:5). Estas tumbas deshonrosas reservadas para los criminales eran parte del castigo, y a veces se denominaban como “lugares miserables”. Sólo después de un año (Kidushin 31b), los restos de los ejecutados podían trasladarse a la tumba familiar o algún otro lugar de honor. Por lo tanto, que el cuerpo de Jesús fuera colocado en una tumba conocida, bajo la dirección de alguien que actuara en nombre del Concilio Judío, debe ser aceptado como un relato histórico.