La veracidad del testimonio de Jesús acerca de sí mismo


Una de las supuestas contradicciones que se suelen alegar de los evangelios tiene que ver con el testimonio que Jesús daba acerca de sí mismo. Por ejemplo, en una parte del evangelio de Juan se nos dice que el testimonio de Jesús acerca de sí mismo es verdadero (Juan 8:14), pero en otra parte se nos dice que el testimonio de Jesús acerca de sí mismo no es verdadero (Juan 5:31). Entonces, ¿Cómo conciliamos ambos relatos? ¿Es o no verdadero el testimonio de Jesús? Las respuestas las encontramos en la ley judía. 

Sabemos que Jesús siempre dijo la verdad. La Biblia nos dice que Jesús vino a este mundo a dar testimonio de la verdad (Juan 18:37). Por lo tanto, cuando Jesús daba testimonio acerca de sí mismo diciendo que él era el Hijo de Dios, su testimonio debe ser considerado como una verdad: 

“Respondió Jesús y les dijo: Aunque yo doy testimonio acerca de mí mismo, mi testimonio es verdadero, porque sé de dónde he venido y a dónde voy; pero vosotros no sabéis de dónde vengo, ni a dónde voy.” (Juan 8:14) 

Sin embargo, aunque Jesús decía la verdad, los líderes religiosos judíos no creían en su testimonio. Esto generaba un problema en términos legales. Desde la perspectiva legal judía, cuando una parte testificaba de un hecho (en este caso, Jesús testificaba ser el Hijo de Dios), y otra parte negaba dicho testimonio (los líderes religiosos), la cuestión se determinaba generalmente con el testimonio de testigos (Jewish Encyclopedia). La ley judía establecía lo siguiente: 

“No se tomará en cuenta a un solo testigo contra ninguno en cualquier delito ni en cualquier pecado, en relación con cualquiera ofensa cometida. Sólo por el testimonio de dos o tres testigos se mantendrá la acusación.” (Deuteronomio 19:15) 

De acuerdo con la interpretación legal judía (halajá), cualquier asunto se podía confirmar con el testimonio de dos o tres testigos. El testimonio de un hombre necesitaba de la confirmación de otro testigo para considerarse como “verdadero”: “Y en vuestra ley está escrito que el testimonio de dos hombres es verdadero” (Juan 8:17). Por lo tanto, el testimonio de una sola persona no tenía validez legal: “Una persona no puede testificar sobre sí misma” (Mishná Ketubot 2.9). Por esta razón, aunque Jesús reclamaba que su testimonio era verdadero, requería del testimonio de otro testigo que confirmase sus palabras para que su testimonio fuese considerado legalmente verdadero: 

“Si yo doy testimonio acerca de mí mismo, mi testimonio no es verdadero.” (Juan 5:31) 

Los fariseos rechazaban el testimonio de Jesús argumentando precisamente que no había otros testigos que confirmaran lo que Jesús decía: “Tú das testimonio acerca de ti mismo; tu testimonio no es verdadero” (Juan 8:14). Como respuesta, Jesús presentó testigos que testificaban que él era el Cristo. Uno de ellos era Juan el Bautista, quien había dado “testimonio de que éste [Jesús] es el Hijo de Dios” (Juan 1:34). Aunque este testimonio era válido, Jesús no necesitaba “testimonio de hombre alguno” (Juan 5:34), pues tenía un testimonio mayor que el de Juan, y este era el testimonio del Padre: “Yo soy el que doy testimonio de mí mismo, y el Padre que me envió da testimonio de mí” (Juan 8:18). 

Pero el testimonio de Jesús también era respaldado por otros testigos. Por una parte, las obras que Jesús hacía testificaban a los judíos que él era el Hijo de Dios: “Os lo he dicho, y no creéis; las obras que yo hago en nombre de mi Padre, ellas dan testimonio de mí” (Juan 10:25). Por otra parte, las Escrituras también daban testimonio de que Jesús era el Mesías: “Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí” (Juan 5:39). Pero a lo largo de todo el evangelio de Juan, hombres y mujeres también testificaban que Jesús era el Cristo. Esta cantidad de testigos habría sido suficiente para que cualquier tribunal judío declarara el testimonio de Jesús como verdadero, y el testimonio de todos los testigos como un hecho: ¡Jesús era el Mesías!