Jesús y el lavado de los pies según las costumbres de Medio Oriente


El relato de Jesús lavando los pies de los discípulos ha sido objeto de muchas interpretaciones. Sin embargo, una explicación menos conocida que permite entender el significado de esta historia se encuentra en el contexto cultural de Medio Oriente en la época de Cristo. Según esta interpretación, Jesús habría lavado los pies de los discípulos ¡como símbolo de hospitalidad y bienvenida a la casa de su Padre! La Biblia dice:

“se levantó de la cena, y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó. Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a enjugarlos con la toalla con que estaba ceñido.” (Juan 13:4-5)

La práctica de la hospitalidad siempre ha sido parte importante de la cultura del Medio Oriente. Una persona tenía la responsabilidad de recibir y atender a un visitante cuando se acercaba a su casa. La hospitalidad era necesaria en los pueblos nómadas, pues no había hoteles en el desierto, y en muchas ocasiones, no habían posadas disponibles. Como parte de la cultura, el objetivo de la hospitalidad era convertir a un extraño (un potencial enemigo) en un amigo. Entonces el anfitrión debía ofrecerle a su invitado la oportunidad de descansar, refrescarse y comer en su casa ("John", Jo-Ann A. Brant).

Hoy, cuando se recibe una visita en un hogar, se le invita a sentarse, tomar un refresco, o colgar su abrigo como cortesía. Pero en la antigüedad, uno de los primeros gestos de hospitalidad era ofrecer agua para lavar los pies. En aquella época se usaban sandalias, por lo que los pies se ensuciaban en las calles polvorientas del desierto. Por ello, la manera más común de recibir a un invitado era ofreciéndole agua para que lavara sus pies. En una ocasión, Jesús fue invitado a la casa de Simón el fariseo, y se quejó por esta falta de hospitalidad: “Entré en tu casa, y no me diste agua para mis pies” (Lucas 7:44).


El lavado de pies, como gesto de hospitalidad, tiene una larga tradición en el Antiguo Testamento. En una oportunidad, Abraham salió al encuentro de tres visitantes celestiales y les dijo: “te ruego que no pases de tu siervo. Que se te traiga un poco de agua, y lavad vuestros pies” (Génesis 18:3-4). Más tarde, Labán mostró hospitalidad con el siervo de Abraham al darle “agua para lavar los pies de él, y los pies de los hombres que con él venían” (Génesis 24:32). Los hermanos de José fueron recibidos por un varón en Egipto que “les dio agua, y lavaron sus pies” (Génesis 43:24).

En un hogar promedio, el anfitrión ponía un recipiente con agua para que los propios invitados se lavaran. En cambio, si el anfitrión era una persona acomodada, tenía esclavos para hacer ese trabajo. Lavar los pies de otro se consideraba una tarea de siervos. En otros casos, también era realizado por la esposa del anfitrión (Encyclopaedia Britannica). Por ejemplo, cuando Abigail aceptó la propuesta de matrimonio de David, también se ofreció como “una sierva para lavar los pies de los siervos” de David (1 Samuel 25:41).

Recipiente para lavar pies en tiempos bíblicos, Museo de Israel

Las primeras fuentes judías indican que el lavado de pies se extendió ampliamente en la época del Nuevo Testamento en el siglo I d.C. como un gesto de hospitalidad. Así por ejemplo, el apóstol Pablo destaca una viuda de buen testimonio “si ha practicado la hospitalidad; si ha lavado los pies de los santos” (1 Timoteo 5:10). La hospitalidad, por lo tanto, se siguió practicando de la misma manera que se hacía desde la época de los patriarcas. Entonces, cuando Jesús se levantó de la cena y comenzó a lavar los pies de sus discípulos, lo hace con el mismo sentido que ha tenido en la tradición de Israel durante siglos. Jesús lava los pies a sus discípulos ¡para darles la bienvenida a su casa!

Pero si este era un gesto de bienvenida a su casa, debemos preguntarnos, ¿cuál casa? Sabemos que Jesús no tenía una casa. Incluso, en una oportunidad Jesús les dijo a sus discípulos que “las zorras tienen guaridas, y las aves de los cielos nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar la cabeza” (Lucas 9:58). Si Jesús hubiera tenido una casa terrenal, hubiera seguido la costumbre de lavar los pies antes de comer. Sin embargo, lo hizo durante la comida (Juan 13:2). Debemos entender, por tanto, que el gesto de hospitalidad de Jesús no era una bienvenida a una casa tradicional, sino ¡una bienvenida a la casa de su Padre en el cielo! Más tarde, Jesús les hablaría de esta nueva casa: “en la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros” (Juan 14:2) (es.scribd.com/document/363660183)

Sin embargo, Pedro rechaza participar y le responde a Jesús: “no me lavarás los pies jamás” (Juan 13:8). Se debe entender que Pedro no se oponía a que lavasen sus pies, sino más bien, que Jesús sea el que lo haga. Algunos rabinos enseñaban que el acto de lavar los pies era una tarea tan humillante y degradante que era inaceptable que un judío lo hiciera, incluso si era un esclavo (rsc.byu.edu). Pedro consideraba que Jesús estaba humillándose a sí mismo al hacer el trabajo de esclavos. Entonces Jesús responde diciendo: “Si no te lavare, no tendrás parte conmigo” (Juan 13:8). Pedro pide que sean lavadas también sus manos y su cabeza como muestra de su total compromiso (Juan 13:9). Pero Jesús le enseña que el propósito de lavar sus pies no tenía que ver con la “limpieza”, pues la mayoría de ellos “ya estaban limpios” (Juan 13:10). Más bien, el gesto de lavar los pies tenía relación con “tener parte con Él”.

¿Qué significa entonces tener “parte” con Él? Pues, la palabra “parte” (μέρος) que aparece en el evangelio de Juan, también aparece en la Septuaginta (Antiguo Testamento en griego). En el judaísmo, tener “parte” (μερίς) se relaciona con la “porción de herencia de la tierra” de Israel. Se nos dice que en la repartición de la Tierra Prometida entre las tribus de Israel, los levitas no tendrían tierras, sino que Dios sería “su parte y heredad en medio de los hijos de Israel” (Números 18:20). En el contexto de la hospitalidad, Jesús habría lavado los pies de sus discípulos como bienvenida a la “porción de la herencia” en la casa de su Padre (academia.edu)


Cuando hubo terminado de lavar los pies, Jesús pregunta a sus discípulos: “¿Sabéis lo que os he hecho?” (Juan 13:12). Luego comienza a enseñar la importancia del servicio. Entonces les dice que “el siervo no es mayor que su señor, ni el enviado es mayor que el que le envío” (Juan 13:16). Cristo había sido enviado específicamente para cumplir el papel de siervo. Cuando entendemos esto en el contexto de la hospitalidad vemos que, así como los hombres de gran riqueza enviaban a un esclavo para lavar los pies de sus invitados como señal de bienvenida, así también Jesús había sido enviado como siervo ¡para dar la bienvenida a los invitados de su Padre!

Y en la cultura de Medio Oriente, el acto de lavar los pies es una manera de recibir al extraño como un amigo que puede sentarse a la mesa como si fuera un miembro de la familia. Desde esta perspectiva, Jesús lavó los pies de sus discípulos para cambiar su relación con ellos (y nosotros). Si antes eran extraños, ahora “son llamados amigos” (Juan 15:15). De esta manera, en Cristo Jesús, las puertas de los cielos se han abierto y ahora ¡podemos sentarnos a la mesa en la casa del Padre!